Temió que eso fuera una razón para no descansar, para tener ansiedad. En el fondo lo sabía, iba a pasar. Iba a pasar. A ver de qué magnitud era el infierno ésta vez.
Dicho y hecho, toda la noche fueron una serie de imágenes, de la pinche bomba y demás. No eran angustiantes, sólo de un pedo por resolver.
Me levanté a las 5.30 dándome por vencido y de ahí, solo fue pasar el tiempo.
Más tarde, fui a nadar a las 9 am después de dejar a la familia en sus respectivos menesteres y a las 10 fui a terapia donde Pedro me estuvo confrontando respecto a que le dijera lo que no quería de la sesión. Fue difícil pero le dije lo que le tenía que decir.
En un momento, empezó a hablar de su mamá, del accidente. Era un tema que obviaba, lo consideraba cerrado pero realmente no lo había visto. El gran dolor de casi perder a su madre, no verla llorar nunca le hacía pensar que todo estaba bien pero no era así, ella había sufrido mucho. Su hermana, de 9 años durante el accidente, tuvo que ver por ella misma, valerse por sí misma. El se sentía muy triste por ellas dos, una que impotente y dependiente, tuvo que confiar su hija y enfrentar su discapacidad con lo que tenía a la mano y la otra, una niña, valerse por sí misma en una orfandad temporal. Lloró, mucho, un dolor que no había visto durante mucho tiempo y que ignoraba. Excedió el tiempo de terapia pero con una humanidad muy dulce, su terapeuta le escuchó hasta que fue necesario. Salió de la terapia desorientado, aturdido. Casi choca. Con lágrimas en los ojos todavía. Visitó a su madre y durmió un rato, estaba exhausto. Siguió el resto del día con una sensibilidad agobiante, un poco irritable. Cuestionando qué era la vida sino un paquete de caos e imprevisibilidades. No hay un orden, no hay un control. No hay tendencias, era un caos. Para qué la razón entonces, mierda. No servía para nada más que para algunas cosas. Se quedó con mucho dolor guardado, dolor que devenía furia. Furia que devenía impulso. Impulso, que esperaba golpear en cualquier momento.
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