sábado, 16 de octubre de 2021

Pregúntale al polvo

 

Pregúntale al polvo

Jorge Alberto Hernández Pérez                                                     16/10/2021

 

¡Guey, mientras más sabes, más sufres! (sic)

No supe que contestar a un tipo 10 años más chico que yo.

Se hizo un silencio como si todos esperaran que alguien con más edad como yo, contestara a ese arrebato. Un arrebato impulsivo y grosero; equivalente al del borracho que avienta por los aires la mesa con las cartas de póker al estilo de las películas de Pedro Infante. ¡Alguien tiene que poner orden a esa clase de arranques tan ignorantes y necios!, venga que el mayorcito, osea yo, arregle éste relajo.

Los hielos de los vasos con aguas locas parecían que habían detenido su proceso de derretimiento. Los cigarros detenían su combustión y sus malditos toboganes de humo se quedaron pasmados, incluso parecería que regresaban al cigarro. Y yo consciente de esto y de mi duda existencial, sin saber qué contestar.

¿Y si tenía razón éste?

Mi espíritu se había curtido con amigos de la prepa que nos encantaba filosofar, nos tumbábamos a fumar Alitas o Raleigh en los parques de la Colonia el Carmen en Puebla y cuestionar el mundo, nuestra historia, nuestro mundo interior. Como los viejos filósofos.

Empezaron a llegar algunos otros conocidos a platicar y se armaban disertaciones sobre el modo y esencia de los apóstoles. Sobre la distinción entre la religión y la iglesia. Sobre la razón de ser de los tiranos en la historia de la humanidad. Ahí me di cuenta que había una delgada línea entre el enfoque filosófico y terapéutico de una conversación y la competencia por demostrar quién sabía más.

Me empecé a sentir muy incómodo cuando se daban esas disertaciones especializadas. Principalmente porque no sabía yo nada tan especializado, tan historia, tan psicología, tan religión, luego entonces casi ya no participaba en las discusiones.

Lo más triste fue cuando un día cuestioné a un conocido sobre las fuentes de sus comentarios dado que se contradijo con algo que había dicho anteriormente y dijo que lo había visto en la televisión, con Jacobo Zabludowsky. ¡Oh, frustración te empezaste a manifestar ante mis oídos de manera muy temprana y dolorosa!, me di cuenta que las intensas discusiones sobre temas históricos, culturales y otros, eran totalmente falsos. No había nada detrás, ningún sustento científico sino sólo el ímpetu de tener la última palabra en la discusión.

De ahí me abandoné a las noches solitarias del alma. Como si manejara un taxi, queriendo no llegar a ningún lugar, a merced del pasaje en turno. Seguí leyendo por mi cuenta, para mi satisfacción; absorbiendo el tiempo vivido de otros, desde su imaginación o su realidad, pero a manera contemplativa, procurando no adoptar nada para no ser esclavo de lo subjetivo.

El tiempo pasó, dejé a mis viejos amigos y devine en un ermitaño intelectual. Me hice de otros amigos, más superficial el asunto, unas cervezas por acá, chistes y bromas por allá.

Con la llegada del internet, involuntariamente la cosa se puso peor. “Dicen que Rusia puso al presidente en turno”, “Dicen que la vacuna COVID es un chip, etcétera”. Las pláticas de pasillo o de café perdieron aún más su sentido al tener como fiador de todo argumento, al marketing digital donde el clic es un sinónimo de cash in pero no de un saber real. 

Al final, me volví fiel a mi propia experiencia, ni siquiera a mis ideas. Ya que a veces descubro a los viejos amigos internados en mi cabeza teniendo discusiones especulativas. Introyectos que más enredan que ayudan.

Vivo al día. Trato de ser un indigente intelectual y a veces me sale.

Al final, tomé mi vaso con bacardí y le dije al tipo: Claro que es bueno saber.

Así nomás. Ningún argumento que hubiera retorcido sus almas. La gente en la reunión, volvió a hablar como si les hubieran dado play. Los hielos de las aguas locas empezaron a derretirse nuevamente y el cigarro empezó a emanar su humo delicioso. No me quedé satisfecho con mi respuesta, sobre todo por mi duda. Aún ahora, no sabría que responder.

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