martes, 26 de abril de 2011

Argento

Tardé más de treinta años en darme cuenta que recibo cada nuevo día entre paredes. Salvo contadas ocasiones donde seducido por la espontaneidad de la noche y su abismo sensual, camino felizmente sonámbulo.



He despertado en cuartos diferentes, unos más podridos que otros, adornados con gusto más o menos kitsch, espacios tristes, otros más lúdicos, helados y húmedos, solo o en compañía, pero siempre encerrado en esta suerte de sedentarismo nocturno que nos hemos impuesto. Y ahora, mientras escribo y el cigarrillo se adormece en el cenicero sin percatarse del placer del vértigo, me digo: cuando se me acabe la cuerda es muy probable que continúe bajo paredes, esta vez algo más lúgubres e infranqueables. Pero no es por acá por donde quiero rumbear. Esperen un segundo, voy por un trago…, no es lejos. Catorce metros cuadrados. Dónde estábamos... ah, les decía -sin caer en romanticismos tardíos o en snobismos- dormir a la intemperie puede resultar una experiencia inolvidable, sobretodo si la helada se junta con la del día anterior o ya no somos bienvenidos ni en casa de nuestra abuela.



Pero en las hipotéticas demencialidades de la realidad, queda espacio para la imaginación. Y es por lo que me gustaría invitarlos con un mezcal o un fernet si lo prefieren... Siéntense donde gusten, acá se permite todo. Esta noche puedo fingir ser el sultán de la tolerancia y decirles que me encantan los peinados engominados y los zapatos puntudos y brillantes, por no hablar de la camisa dentro del pantalón. Disculpen mi dispersión, es que aún no he pagado la renta y me preocupa..., precisamente ese era en cierto modo el tema que justifica nuestras copas: toda una vida bajo techo. Para ahorrarnos el debate demos por sentado que el ser humano es un animalito y convengamos que existen ciertas necesidades que nos igualen a cualquier otro bicho, hasta la de matar. Entonces me pregunto, les digo, ¿qué habrá pasado con esa o esas criaturas indefinidas, aquellos olores y comportamientos más salvajes que nos distinguían y gobernaban?, ¿quedaron ocultas entre tantas etiquetas y sonrisas de una caravana de circo? Ya no tenemos el culo al aire aunque miles van desnudos. ¿Ahora somos chimpancés miedosos?, ¿indispensable dormir bajo techo?, ¿nos separamos de los animales de la noche y acercamos a los del día?, ¿un murciélago por una paloma?



No sé a ustedes, pero a mi el mezcal me llena de dudas, de incontables y diminutas disonancias que carcomen mi prudencia y me dan ganas de brindar por la selva que todavía es secreta y nunca virgen. No tengo más para decirles, tan simple y complejo como... ¿qué hacemos con nuestros animales?, los más auténticos y desafiantes, si tal cosa existe. ¿Con los hormigueos que montan por nuestras piernas? ¿Cómo hemos logrado sentarlos a la mesa?, ¿anularlos en el hogar, en la nivelación de los techos? ¿Es esto lo que nos hace únicos, fingir la demencia y dormir con un ojo abierto acostumbrándonos al manto homogéneo que nos abriga de todas las gamas de lo distinto? Insisto, ¿cómo hemos sido capaces de dormir ante tanta animalidad?



Ah y lo último y más importante de nuestra ronda, por favor no me imaginen con los bucles de Maradona. Soy un argento y aunque no me baño a diario, ¡el fútbol me aburre tanto como Holywood y sus defectos especiales!



¡Sírvanse más, el mundo esta lleno!



Danilo Incerti.

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