sábado, 26 de octubre de 2024

Tiesos ante el espejo

Jonás se puso su cinta para la frente tipo tenista. Tenía unos chinos postizos. Pensó que se vería gracioso que él con su calvicie, con su cabeza afeitada tuviera su cinta con unos chinos postizos. Se vio al espejo y se vio a él, serio con la cosa esa en la cabeza. Pensó que podía verse muy serio y que nadie lo tomaría a broma. Ok, se puso una gorra encima, a ver qué tal se veía. Más extraño todavía, más raro y extraño. Quién usa una banda de ejercicio para la cabeza con una gorra. Se quitó la cinta con los chinos y se puso solo la gorra. 

De cierta forma, no quería que lo vieran pelón. A lo lejos vio a una infinidad de niños llegando a su casa, unos corriendo y otros caminando. El, parado en la cochera con una cajita de madera y una bolsa del mercado llena de dulces para regalar. Niños con el halloween pidiendo dulce o truco. El siendo cordial un poco tieso. Se reía dentro de sí mismo por su "tieses". Era risa y ternura, de verse a sí mismo como un niño nervioso pero queriendo hacer y entrarle. 

Eso de halloween le molestaba un poco. Dónde había quedado "la calaverita". Se acordó de cuando su primo Chava y él se iban como de 6-7 años al Blanco (hoy Chedraui) de la colonia Santiago a pedir prácticamente limosna. Tomaban una caja de zapatos y le recortaban unos dientes y ojos, le ponían una vela adentro y se ponían a pedir: "¿no me da para mi calaverita?". Casi no les daban. Recordó como le daban si acaso alguna vez una moneda de 10 pesos, unos de morelos creo. O esos eran los de a 1 peso. Da igual.

Las tradiciones iban cambiando. Sólo lo anacrónico permanece como diría Monsiváis.

Después de todo el relajo de la entrega de dulces, de los cuales por dar muchos, al final hubo niños que no recibieron dulces y que por cierto, hubo papas que lo vieron feo. Eso molestó a Jorge pero también los entendió. Dio de manera desproporcionada a pesar de tener muchísimos dulces. Lo mejor era tener medidas para dar la próxima vez y evitar que lo vieran feo, que era algo que le pesaba pero la verdad tampoco era para tanto. Lo logró soltar, la culpa o el tema. 

Se fue al jardín donde había un madrazo de gente. Vecinos e invitados de todos. Platicó con vecinos y aprovechó para acercarse a nuevas personas. Entre ellos un cabrón que se le hacía conocido y que formaba parte de la mesa directiva del fraccionamiento. 

Resulta que el cabrón este, buena onda por cierto, traía la vena del barrio marcada, había estudiado en el Tec de Puebla igual que Jorge. Ahora no tengo chamba carnal, hubo recorte de gerentes en mi trabajo y pues me tocó. Jorge tuvo curiosidad por saber cómo Pepe estaba sobrellevando ese proceso. De la chingada, honestamente lo estoy pasando muy mal carnalito. Jorge sintió un poco de tranquilidad, él que llevaba ya casi 11 meses sin trabajo sentía que estaba loco ya. Pero se dio cuenta que no podía seguir sus sueños por que el ser el proveedor y el sostén simbólico de la familia, no le dejaba volar por sus sueños. 

Se había dado por vencido ya en muchas cosas. Había también transitado por muchos estadios. Sentía que era un humano siendo humano, cometiendo errores y aprendiendo a verse. Viendo que traía sus propios delirios, unos aprendidos, otros creados. Que no era fácil ser un hombre libre y que cuando creía estar un poco consciente, estaba más perdido. Seguía buscando regresar al lugar de donde había escapado desesperadamente. Era natural cuando lo repasaba, quería volver a lo conocido sin darse cuenta que ya no quería estar ahí. No podía dejar el estilo de vida, no podía dejar a su familia sin ese soporte imaginario (porque su familia realmente no lo necesitaba para subsistir, su familia hermana, mamá y tías). Era un proceso bien desgastante chingao pero estaba aprendiendo de él y en ese aprendizaje había caído más, conociendo su dinámica mental. Iba paso a paso, encomendandose a la espiritualidad, confiando en la vida buscando no asignar responsabilidades. Era pesado pero era lo que tocaba. 

No sabía que iba a ganar primero, si su suerte de encontrar algo como un trabajo aunque no a sí mismo aún, su iluminación que llegaría en algún momento sino hoy, en otra vida o la muerte en un cardiacazo o algo así (porque los procesos eran muy fuertes y aunque pareciera que ya se había liberado en algún momento, algo pasaba que lo mandaba nuevamente hasta el fondo, como en las serpientes y escaleras). Aún así, una parte de él emergía y confiaba en la vida, escuchaba a los pájaros y veía el atardecer desde su ventana en su recámara mientras escribía lo que se le ocurría. Le gustaba, como si fuera a encontrar algo, sentía que escribir era como un safari, donde salían cosas no tan bonitas a veces pero le ayudaban a fluir. 

Se acordó del juego de escaleras y serpientes que le regaló su mamá a Carlo, su nieto. Le dio curiosidad de jugar pero no antes de leer un ratito. Las tardes y noches eran un refugio de pensamientos y sensaciones.

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