05/04/2017
Comala, Colima.
Salí del coche emocionado por estar en Comala. Me sentía en una ilusión de estar en un pueblo fantasma, caminaba por las calles viendo las construcciones blancas, los ancianos caminando y yo en ese momento de mi vida siendo un anciano con ellos en el camino. Llegué al kiosko en el centro y vi a familias, niños, parejas, ancianos. Un deleite de escenario. Me imaginé caminando en estas calles buscando a Pedro Páramo, en este pueblo donde el tiempo no transcurría de no ser por el movimiento del sol, como todo en la vida.
Entré a un negocio para ver qué vendían y me llamó la atención un licor y con esto de que me gusta coleccionar los mezcales y eso, pregunté qué era. Resulta que era ponche. ¿A qué sabe?, la intendente, una chica de lentes un poco rellenita con cabello chino se me quedó viendo como si hubiera dicho un disparate. Su mirada con ojos un poco más abiertos de lo normal, sus cejas alzadas y su boca entre cerrada como queriendo decir algo sin saber qué era me dijo lo suficiente. El único ponche que conozco es el de las navidades, ya sabes, guayaba, caña.... Ahhhhhh, no, noooooo, no no no. No es así joven, nada que ver....
Por eso pregunté, pero evidenciar esas obviedades ante su dueño, suele ser descortés, por lo tanto volví a preguntar con cierto fastidio: ¿a qué sabe?. Mmmmmm, pues ahhh, mmmmm, ehhhhh, (pasaron 7 segundos mientras yo la contemplaba sin parpadear), pues a ponche..., mmmmmm...., este.... Ese fue literalmente un callejon sin salida discursivo. No me dijo nada.
Continuó soltando monosílabos y la interrumpí. ¿Tienes una prueba?, ¿me puedes dar una prueba?
Mmmmmm, ahh, este...., lo que pasa es que no sirve mi refrigerador....
Ok, no te preocupes. Voy a dar una vuelta por tu local.
La chica se me quedó viendo nuevamente como si hubiera dicho algo ininteligible.
Voy a ver las cosas que vendes.
No cambió su expresión, al contrario, giró la cabeza como queriendo entender lo que pretendía hacer.
Voy a ver las artesanías, se ven bonitas.
Ahhhh!!, sí!!, pase, pase.
Ok.
No habían artesanías distintas a lo normal. Parecía que las artesanías se estaban empezando a globalizar así como el mac donalds y starbucks. La sudadera de jerga, las pulseras de chaquira, aretes de pluma.
¿De qué sabor quería probar?
¿Cómo?
Del ponche.
Del que me recomiendes, el más rico. No tengo ni idea de qué pedir. ¿Tienes?
Mmmmm, no. Es que no tengo refri, pero puede ir al negocio de enfrente. Ellos son los productores.
Ahh, gracias.
Aturdido por el calor y la secuencia extraña de preguntas, salí del local y crucé la calle.
Un negocio austero en la entrada, un foco alumbraba al fondo y se veían repisas con botellas con líquidos de colores.
Entré y en ambos lados habían mostradores. Del lado izquierdo había una mujer mirando hacia abajo.
Buenas tardes.
Alzó la mirada y por poco me zurro de la impresión. Una mujer totalmente despeinada con una mirada de locura, ojos grandes, abiertos más de lo normal me contempló por segundos que duraron años. No parpadeaba y tenía una presencia muy fuerte. Sentí miedo. Mucho miedo la verdad.
Sentía que en cualquier momento me iba a atacar, su mirada era la del ataque, como un depredador listo para soltar la mordida.
¿Disculpa vendes ponche?. Una voz dentro de mí y que no era la mía habló, no supe ni siquera cuándo hablé.
La mujer, que tendría unos 35 años traía un vestido con los hombros descubiertos. Del hombro izquierdo se veía un tatuaje de un colibrí o un ave y en el otro hombro se veían unas flores que no se distinguían bien qué eran, parecían lilis.
Sí.
Sus manos ocupadas con un estambre, se detuvieron. Uñas negras y manos sucias me llevaban a una fotografía con temática sobre la pobreza y suciedad.
¿A qué sabe?, ¿tienes prueba?, solo conozco el ponche de las navidades.
Esta vez me anticipe para no perder tiempo en las rutinas absurdas de hacía 10 minutos en el negocio anterior.
Sí, ¿de cuál quieres?
Del que me recomiendes. Hubiera dicho eso desde el principio, no lo ví venir.
Nada que ver con el ponche de navidad, este es distinto.
Lo sé.
Abrió un refrigerador y de ahí sacó una botella abierta con el contenido a la mitad. Seguía sintiendo miedo.
Sirvió un poco. Vi el líquido correr hacia el vaso miniatura. Tuve la sensación de que en cualquier momento iba a salir corriendo de ahí con tal de no tomar la prueba esa. ¿Qué tal si tenía sangre humana, o de animal o peor aún de esa misma mujer?. Traté de tomar conciencia de mis pensamientos que me sonaban disparatados pero mientras veía a la mujer con sus dientes pintados, su boca entre abierta, sus ojos abiertos de manera exagerada, sus cabellos desordenados y con huecos, sus pechos colgados, su espalda encorvada, me llegó la imagen de una bruja. No ayudaba mucho el escenario con su foco que no alumbraba nada y esa oscuridad de cuarto de pueblo con techo alto que no permite ver qué hay en los techos ni en las paredes.
Bebí. Me esperaba un sabor más elaborado, me sabía a agua de jamaica con alcohol. En eso estaba cuando voví la vista a la mujer quien no dejaba de observarme. .
Dame una botella, está muy rico.
Me dió la botella en una bolsa de plástico, le pagué y salí a pasos rápidos y amplios de aquel local.
Más allá del bien y del mal, hay otro nivel de conciencia. Nos daremos cuenta cuando estemos ahí.
jueves, 6 de abril de 2017
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