Camino en el parque, aquel que me enseñaste, aquel que siempre estuvo ahí pero que me era invisible. Recordé cuando me lo presentaste. Sus jacarandas, su cielo y sus bancas, su silencio y ese limbo donde el tiempo no transcurre. Me siento en la banca. Contemplo a las parejas, la gente pasar. Acerco mi café y bebo un sorbo.
Ojalá estuvieras acá.
Ojalá y tu voz fuera el trino de los pájaros. Ojalá y tus ojos fueran el cielo.
El tiempo sigue detenido y yo ahí seguiré. Sumergido en un recuerdo que se caracteriza por la gran ausencia de algo, ese algo que eres tú.
Respiro hondo. Me acomodo y cierro los ojos. Sigo respirando profundo mientras una ráfaga de aire mueve las copas de las jacarandas. Entrecierro los ojos, y lo sé; estas conmigo, aunque nunca será suficiente.
Más allá del bien y del mal, hay otro nivel de conciencia. Nos daremos cuenta cuando estemos ahí.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
LOS PERROS ROMÁNTICOS
R. Bolaño
En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.
En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.
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