Era algo habitual. Un evento del que preocuparme diariamente, cada segundo. Una vez que la angustia de ese día o de esa época terminaba, de inmediato tenía otra. Un ruido constante como ladridos de un perro que no calla. Un sol cálido de amanecer acompañado de un frío en el pecho, miradas nerviosas posadas en cualquier lugar y dramáticas escenas en el escenario ficticio de mi mente.
Hasta que la sensación y el miedo fueron extremos tomé conciencia. Hasta que el dolor fue intenso, pude voltear a lo que me dañaba. Nada. No había nada.
Más allá del bien y del mal, hay otro nivel de conciencia. Nos daremos cuenta cuando estemos ahí.
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